Las películas
de Netflix de producción propia, esa lista de cosas que ver más allá de las
series de Marvel o de las colaboraciones canceladas como The Expanse, son
películas como las que verías una tarde de domingo en Antena 3 hacia las tres
de la tarde para echarte la siesta porque no te apetece ver el ciclismo, eso
sí, con un poco más de presupuesto. Películas cortas de argumentos sencillos y
nada enrevesados, tirando quizás a simplones que en mayor o menor medida
consiguen entretener.
Puede
ser una plataforma para dar una oportunidad a directores y guionistas noveles,
lo cual es una buena idea (ejem, Netflix, ejem, dadme una oportunidad) pero por
otro lado la falta de publicidad por así decir o quizás la prisa por llenar la
parrilla de contenido para que no parezca que al menos la de Netflix España
está medio vacía, nos pone productos que si acaso rallan el siete sobre diez.
Dos
ejemplos:
ARQ:
Protagonizada
por Robbie Amell (hermano de Stephen Amell protagonista de Arrow o Tortugas
Ninja) y Rachael Taylor (que aparece en Jessica Jones o Transformers entre
otras), nos mete en una novedosa historia de bucles temporales dentro de la
misma ubicación. El protagonista, Renton, ha creado en su casa un generador de energía
infinita con un inesperado resultado. Tendrá que vivir el mismo día una y otra
vez en su casa, aislado del apocalíptico mundo exterior, mientras trata de
sobrevivir cada día a la irrupción de unos ladrones.
En este
caso es una buena película, el tema es recurrente pero la ejecución es bastante
original, todo un ocho sobre diez.
El final
de todo:
Protagonizada
por Theo James (Saga Divergente) y Forest Whitaker (qué no sabréis de él), nos
pone en medio de una catástrofe natural a escala global (o eso creemos) en
donde Will Younger (Theo James) cruza todo el país de costa a costa para ver si
su novia sigue viva con la ayuda de su suegro, Tom Sutherland (Forest Whitaker)
el cual, por cierto, tiene un poco de ojeriza por su yerno.
Rayos,
fuego, lluvias torrenciales, temblores y gente que pierde un poco la cabeza pegando
tiros e intentado sobrevivir.
Will y Tom
cruzan el país para que Will se reúna con su novia y, una vez a salvo o eso
parece, no contarnos nada. El coche desaparece por una carretera tras huir de
una explosión volcánica (creo que todo va por eso de Yellowstone) parece que
los tortolitos se despiden el uno del otro, como arañando los últimos segundos
de vida y… sobreviven. Pero no es un final feliz, o eso parece, de hecho, diría
que no es ningún final. Si la idea era poner de manifiesto que a la gente se la
va a ir a la cabeza en cuanto a los volcanes les de por explotar a la vez,
bien, vale, mensaje recibido, si no, me temo que han sacado dinero de la hucha
para rellenar un poco la oferta.
Todo un
tres sobre diez.
Al
final supongo que Netflix tendrá que pensar en seguir rellenando espacios con
películas como la adaptación del videojuego Halo, que no seduce lo suficiente
como para darle cinco minutos, o en intentar de verdad hacer un sello de
calidad de producción de películas es decir crear una especie de blockbuster de
segunda división o apuntar un poco más alto, algo entre la producción más o
menos independiente y el entretenimiento más puro.