lunes, 5 de enero de 2009

Feliz 2009.

Imagen del centro carter



Sharon, una madre de unos 70 años que vive en Ática en el estado de Nueva York, es una mujer de orgulloso pelo cano y de sencillas costumbres, que un día invitó a sus vecinas a su casa a probar una rica receta de tarta de manzana. Entre tazas de café, hablaba con orgullo de su hijo, un importante ejecutivo de un banco de inversiones, que trabajaba en Nueva York, desde un despacho desde donde se podía ver toda la ciudad.


Cuando Sharon fue a por más café, las vecinas de Sharon oyeron romperse una taza contra el suelo y un grito ahogado. Al ir a ver que es lo que ocurría, vieron a Sharon paralizada frente a un pequeño televisor donde una banderita estadounidense de plástico parecía pender lánguida. En la pantalla, las torres gemelas del World Trade Center estaban ardiendo. Matt, el hijo de Sharon, trabajaba en una de aquellas plantas.


Lejos, muy lejos, Fátima irrumpió desesperada en el cuarto de su hijo. Fátima le sacó de la cama y le abrazó como si fuera la última cosa que fuera a hacer en su vida. En su casa el tiempo pareció haberse detenido, no se oía nada fuera de su humilde casa. Con su pequeño retoño en brazos, corrió a refugiarse en el baño y se tumbó de lado en la bañera intentando proteger de algo al niño. No pasó nadada, hasta que el suelo tembló, un estruendo llenó todo y las paredes empezaron a resquebrajarse. Con una pequeña plegaria, Fátima pidió que por lo menos, su hijo viviera para ver otro día, para crecer, para ser un hombre de provecho que viviera en paz con sus vecinos. El techo del baño era lo único que parecía oírla, pero no la hizo caso y siguió rompiéndose a cada explosión, a cada bomba en nombre del “derecho a defenderse”, ¿a quién había atacado ella?, se preguntó mientras su niño no paraba de llorar.


No muy lejos, en Tel-Aviv, Simón y Sarah caminaron por las calles de la ciudad tras una manifestación en la que sólo había pancartas blancas pidiendo la paz, miles de velas haciendo dibujos de palomas en el suelo, manos entrelazadas o corazones. En una esquina, se besaron y sonrieron, habían pedido la paz y el amor, habían estado horas pasando frío pero no importaba si lo que pedían era lo mismo que ellos vivían dentro de sus corazones. Finalmente se despidieron, Simón caminó rápido para quitarse el frío del cuerpo. Sarah se dio la vuelta para verle una última vez aquella noche. Fue la última vez que le vio. Un fogonazo y un estallido barrió la calle por la que Simón se marchaba. Sarah no oía nada, había caído de rodillas y sus oídos comenzaron a sangrar. No comprendía nada, pero sentía que ya nada valía la pena, ni la paz, ni el amor. Todo a su alrededor se sumió en un mar de lágrimas.


Años después, Sharon sigue llevando un crespón negro en las solapas de sus suéteres favoritos en memoria de su hijo, y en sus oraciones, en las que no creía demasiado, siempre está esa palomita blanca que intenta prometer la paz. Unos fanáticos le habían robado la vida de su hijo, pero otros fanáticos, aquellos que decían defenderla, robaban la vida de los hijos de otros.


Fátima, no sobrevivió cuando un misil israelí impactó en su casa y el techo se desplomó sobre ella, su hijo Ahmed, con diez años, ahora, sólo piensa en ser médico, mientras a su alrededor sólo oye frases de venganza.

Sarah no olvidó a Simón, nunca volvió a sentir un romance desde entonces. No sabía a quien culpar de lo que le ocurrió a quien había sido el amor de su vida, pero tampoco participó desde entonces en marchas o manifestaciones por la paz. Ahora, sólo pasa la mayoría de sus días, intentando comprender por qué es tan fácil amar, pero por qué es más fácil todavía odiar.


Nota del autor:


Ni que decir tiene, que Sharon, Fátima o Sarah son personajes de ficción. Sin embargo, cientos de madres perdieron a sus hijos en los atentados del 11 de Septiembre, cientos de madres palestinas, por poner un ejemplo de nación, perdieron o pierden a sus hijos por las bombas de un estado que se dice democrático. También decenas y cientos de mujeres israelíes, han visto como a quien aman, muere, por que alguien con un cinturón de explosivos adherido a su cuerpo, ha decidido culpar a todos de su sufrimiento, sin importar que en sus corazones, albergue ese deseo de paz y prosperidad, que en principio, todos deberíamos tener.


Acabamos de entrar en 2009, siguen las amenazas, siguen las bombas, sigue el dolor, la rabia, la sinrazón, la venganza. El ser humano tiene un sentimiento natural de destrucción, para si mismo, para el resto, para quien odia, pero por qué odiar por religión, por qué odiar por la tierra que no es tuya, por qué hacer culpables a todos, por qué han de pasar justos por pecadores.


Disculpen por la extensión del post.


Feliz 2009, si tenemos que sentiros felices por algo intentémoslo, por que de momento, la raza humana, en general, no da para más.



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2 comentarios:

la guardiana dijo...

Los humanos somos así por naturaleza, sin luz no hay oscuridad, mientras exista el poder, los señores de la guerra seguirán existiendo. Se debería hacer un acto de conciencia y asumir de una vez por todas quien fue la mano negra del atentado en Nueva York, si escarban seguro que se topan con la verdad que no esta dicha, feliz año

Unknown dijo...

Si, el terrorismo es ese fantasma creado por los gobiernos modernos para controlar a las masas por el miedo. Ya en la antiguoa Roma, había una lección, "el miedo, es la mejor manera para controlar a la plebe", investigando un poco no se encuentran ataques terroristas "internacionales" antes de los 50-60.
Feliz Año guardiana.