jueves, 24 de mayo de 2018

El príncipe Lestat y los Reinos de la Atlántida



Tenía pendiente desde el año pasado hablar de la caída de telón que es para las Crónicas Vampíricas la novela de Anne Rice, Lestat y Los Reinos de la Atlántida. Si el título ya es chocante la historia lo es bastante más.

El estilo de Anne Rice sigue inalterable. Lento, elegante, con una atención a los detalles casi obsesiva que no nos permite olvidarnos del lujo y el oropel, o la más vil miseria en el que viven los no muertos.
La anterior entrega, El Príncipe Lestat, ya rompió todos mis esquemas al cambiar toda la jerarquía de poder que existía entre la estirpe de la noche, con Lestat y los Reinos de la Atlántida, ya no solo el universo vampírico parece darse la vuelta, la propia naturaleza de los vampiros, su misma existencia, se convierte en, por así decir, poco más que una mera trágica casualidad.

Anne Rice parece necesitar cerrar el círculo, dar una explicación de por qué existe Lestat, por qué existe Louis de Pointe Du Lac o por qué existió Claudia. ¿Qué anima a los vampiros? ¿Qué les da su poder sobrenatural, su inmortalidad, sus debilidades o su sed de sangre?

Y la respuesta está muy lejos de Dios o del Diablo. Lejos de la magia o de maldiciones antiguas. La respuesta se cuela en la mente de Lestat y de los vampiros más poderosos en forma de altos edificios de cristal en medio del mar. Es desde ese lugar mítico desde donde llegan, tras años de espera bajo el hielo, unos extraños visitantes que intentan recuperar a un hermano perdido. Criaturas sorprendentes que eliminarán todo velo de misterio a la pregunta que todo vampiro se hace: “¿Qué nos mueve a todos?” “¿Por qué vivimos estando muertos?”

No es mi favorito de la saga, y no es el final que esperaba, pero toda saga debe tener un final, o al menos ese gran arco argumental, por todo lo alto, y puestos a imaginar, no hay límites.

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