Desde los albores de la humanidad, el ser humano se ha
deleitado con las historias. Seguramente cuando nuestros antepasados vivían en
las cavernas, se reunían en torno al chamán para oír las historias de cómo los
espíritus daban forma a todo lo que veían. Quizás, un grupo de hombres que
llegaba de cacería contaban como abatían
a los animales más feroces, mientras los niños les escuchaban con una mezcla de
miedo y admiración en sus ojos.
Luego al ser humano le dio por plasmar esas historias en
piedra ya fuera mediante dibujos o mediante palabras. Quizás los primeros en
plasmar las historias en un formato más o menos parecido al libro fueran los
sumerios, al transformar las palabras e ideas en escritura cuneiforme. Aunque
aún quedaba muy lejos de un par de tapas duras cubriendo muchas hojas
encuadernadas.
Mucho ha llovido desde entonces, de hecho creo que desde
aquellos tiempos hay algún que otro diluvio universal, pero seguimos
embelesados por las buenas historias, deseamos desconectar de la realidad
mundana para imaginarnos otro tiempo, otras personas, historias trepidantes,
terroríficas, divertidas, románticas y fantásticas.
Muchas de las mejores películas que vemos hoy en día están
basadas en grandes libros. Es cierto que desde hace así como una década que
padecemos la fiebre del best-seller, y compramos libros con la cubierta más
bonita, con el título más rimbombante o con el autor más de moda. Es verdad que
muchas películas malogran la versión escrita dándonos ganas de rasgarnos las
vestiduras. Pero el hambre de historias es la misma, creo yo, que la que tenía
el ser humano hace miles de años.
Y lo digo yo, que en los primeros años de mi pre-adolescencia
renegaba de los libros. Cuando descubrí la inmensidad de los universos que
podía explorar dentro de las tapas de un libro, viajando por la Tierra Media
acompañando a Frodo Bolsón, o siguiendo a Lestat y Louis en las misteriosas noches
de Lousiana, me quede prendado de las posibilidades de la literatura, aunque he
de reconocerlo, de la literatura de ficción actual sobre todo.
Y pese a que la tecnología nos brinda la posibilidad de
tener cientos de libros en un solo dispositivo, yo sigo disfrutando teniendo
libros llenando mi estantería. Muchos cogen polvo, algunos fueron difíciles de
leer, y otros de momento no me llaman la atención, pero no puedo pasar mucho
tiempo sin acercarme a las letras, tengo que imaginar los mundos propuestos por
los escritores, tengo que mezclar las palabras en mi cerebro para desconectar
un momento del mundanal ruido que me rodea, y eso, me encanta.
¡Feliz día del libro a todos!
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